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Hace 11 años llegó al altar de los grandes héroes Manuela Sáenz, la Generala de Ayacucho

“Gracias Manuela por volver. Aún cuando a Caracas nunca había venido Manuela, nunca vino físicamente, (…) ella es de toda esta Patria Grande. “Mi país —dijo— es esta América”. ¿Quién se lo quita? Nuestro país es este, nuestra Patria es nuestra América”.

Con este mensaje de fraternidad de la Patria grande el Comandante Supremo Hugo Chávez, recibía los restos simbólicos de la “Libertadora del Libertador”, Manuelita Sáez, aquel memorable 5 de julio de 2010, cuando se celebró el acto que consagraba el cofre que contiene tierra de la localidad peruana de Paita, donde fue enterrada esta extraordinaria mujer latinoamericana ejemplo de lucha y valor, que desde entonces reposa en el Panteón Nacional.

Manuelita llegaba hace 11 años para reposar al lado del Libertador Simón Bolívar, pero con ella se daba una reivindicación histórica al papel de la mujer en los procesos liberadores de nuestros pueblos, comentó el entonces Presidente de la República Bolivariana de Venezuela Hugo Chávez: “Manuela no es Manuela; son las mujeres indígenas, negras, criollas y mestizas que siguen y seguirán luchando por la dignidad de sus hijos y de la Patria”, afirmó para significar el rol de la mujer en las guerras de independencia de este continente.

La fecha histórica que también rememoró a nuestros próceres por el 199º aniversario del Día de la Independencia, reivindicaba la lucha de una de las mujeres más aguerridas de la historia contemporánea Latinoamericana y caribeña, por su defensa de la Patria, por ser una fiel seguidora de las ideas libertarias proclamadas por el Padre Bolívar y por su carácter antiimperialista frente a la monarquía española y su modelo dominante.

Manuela, rebelde como fue, nació el 27 de diciembre de 1797 en Quito, Ecuador. Era hija natural de Simón Sáenz, comerciante español y realista, y de María Joaquina de Aizpuru, hija de españoles. Murió el 23 de noviembre de 1856, en Paita, Perú, víctima de una epidemia de difteria que azotó la región.

Muy joven, Manuela, logró participar en acciones independentistas hasta llegar a ser una heroína, guerrera y estratega de la libertad latinoamericana.
A los 14 años, vio por primera vez la revolución independentista de Quito. El 10 de agosto de 1809, cerca de su casa, un grupo de patriotas criollos desconoció al presidente de la Real Audiencia de Quito, Manuel Ruiz Urriés de Castilla, lo obligó a abandonar el palacio de Gobierno y proclamó la libertad de la ciudad. Quizás haya sido esta una de las experiencias más apasionantes que movió las fibras de Manuelita, para iniciar el tránsito por la emancipación.

Ella también fue “una destacada combatiente que rompió con las estrictas normas vigentes en ese entonces, vistió uniforme militar, aprendió a usar armas y desarrolló tácticas de espionaje para ayudar a los planes independentistas». La descripción para el medio RT, la aporta la historiadora y socióloga ecuatoriana, Jenny Londoño, investigadora sobre la participación de las mujeres en la Colonia, Independencia y Revolución Liberal en la Audiencia de Quito.

A los 22 años de edad inició sus actividades en favor de los independentistas, luego de contraer matrimonio con el comerciante inglés James Thorne y residenciarse en San Sebastián de Lima, Perú. «No era cierto que la actividad militante de Manuela en la causa libertaria de los pueblos grancolombianos hubiese empezado a partir de su relación con el Libertador», dice Londoño a RT.

Otra hazaña de la combatiente se refleja en la historiografía cuando en Lima, junto a la guayaquileña Rosita Campuzano, arriesgó su vida para filtrar información sobre los avances del independentista argentino José de San Martín, del sur hacia Perú, y de Bolívar, desde el norte. Por estas acciones ambas fueron galardonadas con la Orden del Sol del Perú y se les dio el grado de Caballeresas del Sol.
Aquel 5 de julio de 2010, cuando llegaron los restos simbólicos de Manuelita a Venezuela el entonces Presidente de Ecuador, Rafael Correa, acompañó el acto solemne y destacó que Manuelita la despatriada, la consecuente revolucionaria que siempre estuvo dispuesta a jugarse entera por la libertad, había vuelto a tener Patria.

“Ella, la insepulta de Paita como la nombrara Pablo Neruda, nos despierta con su ejemplo libertario las conciencias, nos pone frente a frente con nuestras responsabilidades con la historia, ella cuya memoria nos fuera confiscada por tanto tiempo, ha sido reconocida como generala del Ejército ecuatoriano. Ella con su ejemplo libertario nos dice en este momento único, irrepetible y lúcido, que no podemos quedarnos en culpar al pasado, en culpar al destino, porque al destino los verdaderos revolucionarios tenemos que trazarlo”, sostuvo Correa para reafirmar el compromiso de lucha emancipadora de Manuelita.

El ejemplo citado por Correa, nos refiere otras improntas de la guerra libradas por Manuelita, quien ya afinada por las enseñanzas militares, llevaba en su ideal la unidad de los patriotas y muestra de ello fue su amistad con el Abel de América, Antonio José de Sucre. Junto a él participó en los preparativos de la batalla de Pichincha, que se libró el 24 de mayo de 1822 en las faldas del volcán Pichincha de Quito. Esa lucha selló la libertad de Ecuador, nos refiere el portal Telesur en una cronología de las hazañas militares de la quiteña.

A esto se suma su participación en la batalla de Ayacucho, junto a Sucre.

En una carta a Bolívar, el Mariscal de Ayacucho, describe que Sáenz «se ha destacado particularmente por su valentía; incorporándose desde el primer momento a la división de Húsares y luego a la de Vencedores, organizando y proporcionando avituallamiento de las tropas, atendiendo a los soldados heridos, batiéndose a tiro limpio bajo los fuegos enemigos; rescatando a los heridos».

Más que una compañera sentimental, una combatiente por la libertad Manuelita se destacó por ser una mujer extrovertida, provocadora y adelantada para la época, lo que la rodeó de críticas y alabanzas.

El 16 de junio de 1822, en medio de cohetes, fuegos artificiales y repiques de campanas, el Libertador Simón Bolívar conoció a Manuela Sáenz, quien se convertiría en el gran amor de su vida y su más fiel defensora.
Ese día, Bolívar entró a Quito entre aclamaciones, recién liberada la ciudad del dominio español.

Antonio José Sucre, el héroe de la batalla de Pichincha (Ecuador), le precedía.

El pueblo aclamaba a sus libertadores en una gran fiesta. Desde los balcones les eran lanzadas flores por bellas y jóvenes mujeres del pueblo. Entre ellas se encontraba Manuelita Sáenz, con 24 años de edad para el momento y quien se enamoraría de Bolívar el mismo día, en el baile del municipio, reseña VTV.

En torno a su carrera militar, está no fue aprobada o reseñada suficientemente pues como lo fue en la época de la colonia el patriarcado marcaba el transitar de la mujer que estuvo relegada al cuidado de la vida familiar.

Inicialmente víctima del machismo reinante en ambientes académicos que la consideraban meramente como una compañera sentimental de Simón Bolívar, la memoria de Sáenz tuvo que esperar hasta la mitad del siglo XX, cuando aparecieron biografías y ensayos en los que se empezó a reivindicar su verdadero papel en la gran gesta libertadora de lo que hoy son Ecuador, Colombia y Perú, nos reseña el portal de la radio Alba Ciudad.

Durante su relación sentimental con Simón Bolívar, Manuelita se estableció en Bogotá, donde desde muy temprano sospechó de la traición que planeaba el general Francisco de Paula Santander. Su instinto no estuvo equivocado, por el contrario estuvo acompañado de sagacidad y percepción de la guerra. En septiembre de 1828 en el palacio de San Carlos, 12 conjurados intentaron asesinar a Bolívar mientras dormía, pero Manuela los despistó y alertó al Libertador para que escapara por una ventana. Este acto le mereció el título de Libertadora del Libertador.

La suerte de Manuelita estaba trazada y al morir el Libertador el 17 de diciembre de 1830 y con la separación de la Gran Colombia, ella siguió defendiendo el proceso, pero en 1834 fue expulsada del país por Francisco de Paula Santander y tuvo que marchar exiliada a Jamaica. Al regresar a Ecuador en 1835, no la recibieron. Finalmente fue aceptada en Perú, donde fue confinada al pequeño puerto al norte, Patia.

En sus últimos años, según la historiadora Londoño, Manuela «trabajó haciendo dulces, vendiendo tabaco a los viajeros en una pequeña tienda, sirviendo de intérprete a viajeros ingleses o franceses que llegaban de lejanas tierras», reseña Telesur.

Su cuerpo fue sepultado en una fosa común del cementerio local y sus posesiones fueron incineradas, incluyendo una parte importante de las cartas de amor de Bolívar y documentos de la Gran Colombia que aún mantenía bajo su custodia, nos refiere VTV.

En la hora de la reivindicación de Manuelita, el Presidente Correa manifestó que ese acto simbólico del 5 de julio de 2010, reafirmaba el compromiso libertario.

“Podemos decir que no sólo la espada de Bolívar camina por América Latina, Manuela con su claridad manifiesta, con el amor, con la valentía y la conciencia también cabalga de nuevo por la historia”, destacó el político compatriota de Manuelita.

En aquel sentido y emotivo homenaje a la Libertadora del Libertador, el Comandante Eterno Hugo Chávez, exclamó desde la profundidad de sus pensamientos patrióticos. “¡El mismo padre, la misma madre! Si a Bolívar lo llamamos, desde siempre y para siempre, el padre de la Patria, a ti te llamamos, generala, la madre de la Patria, ¡la madre de la Revolución!”.

El jefe de Estado y de Gobierno, Nicolás Maduro, recordó en su cuenta de la red social Twitter, en 2019, el amor que Manuelita y Simón Bolívar se profesaron hasta 1830, cuando partió el Libertador y refirió: “Hace 9 años llegó al altar de los grandes héroes, la Generala de Ayacucho, Manuela Sáenz, para el encuentro con su eterno amor, Simón Bolívar”.

A 11 años del traslado sus restos simbólicos al Panteón Nacional, el pueblo venezolano honra a la “Libertadora del Libertador”, Manuelita Sáez, con su espíritu de combate, lucha y rebeldía para defender la Patria de los modelos neocolonizadores.